24/10/08

Guerra de ideas

Nos explicaba Santo Tomás que una forma de curiosidad inútil e improductiva consiste en intentar resolver problemas que superan nuestra mente (2-2 S. Th. q.167). El "argumento" de San Anselmo de Canterbury trata de eso precisamente: de cómo alcanzar la última frontera de nuestra capacidad intelectual. El proemio del Proslogion describe con gran viveza el debate interior de quien persigue ideas útiles:

"Empecé a pensar si no me sería posible llegar por mí mismo a un único argumento que no necesitara de ningún otro sino sólo de sí mismo y que bastara para fundamentar que Dios existe verdaderamente... Desde entonces me entregaba frecuentemente y con entusiasmo a esta cavilación, y a veces me parecía que podía aprehender lo que inquiría, y otras, que ello huía por completo de la penetración de mi mente. Finalmente, perdiendo toda esperanza, quise abandonar la búsqueda de algo a lo que parecía imposible llegar. Como temía que esta cavilación ocupara inútilmente mi espíritu impidiéndome progresar en otras cuestiones en las que podía avanzar con provecho, quise alejarla completamente de mi [sed cum illam cogitationem, ne mentem meam frustra occupando ab aliis, in quibus proficere possem, impediret, penitus a me vellem excludere]. Y precisamente entonces, contra mi voluntad y a pesar de mi resistencia, empezó, con cierta insidia, a asediarme cada vez más. Un día que me encontraba cansado de resistir con todas mis fuerzas esta insidia [eius importunitati], se me brindó, en el mismo tumulto de mis cavilaciones [in ipso cogitationum conflictu], aquello de lo que ya desesperaba, y entonces lo acogí con tanto entusiasmo como empeño había puesto antes en ahuyentarlo."

San Anselmo de Canterbury: Proslogion (proemio) [latin library] (traducción castellana de Judit Ribas y Jordi Corominas).

2 comentarios:

Emilio Cervantes dijo...

Somos contradictorios, pero eso no nos obliga a ser inútiles.

Memorables las últimas lecciones. Seguiremos tomando notas,....

Un saludo cordial,

Joaquín dijo...

Las lecciones hay que irlas reposando, hasta que "se nos haga la luz"; porque no soy yo el maestro (sino Platón, Aristóteles, Anselmo de Canterbury, Tomás de Aquino...).